+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Hoy,
Jesús, vengo a la oración y me sorprenden tus palabras: “Siento compasión de esta gente”.
Señor, tú que te compadecías de los hambrientos, de los pobres, de los
enfermos, eres el mismo que entonces: sientes compasión por todos los que
sufren. Tu corazón no puede cambiar. Vengo a que me cambies el mío. Que
todo el bien que hoy pueda hacer a mis hermanos salga de mi corazón
enternecido.
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 1-10
En
aquellos días, vio Jesús que lo seguía mucha gente y no tenían qué comer.
Entonces llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da lástima esta gente: ya
llevan tres días conmigo y no tienen qué comer. Si los mando a sus casas en
ayunas, se van a desmayar en el camino. Además, algunos han venido de
lejos".
Sus
discípulos le respondieron: "¿Y dónde se puede conseguir pan, aquí en
despoblado, para que coma esta gente?" Él les preguntó: "¿Cuántos
panes tienen?" Ellos le contestaron: "Siete".
Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo; tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y se los fue dando a sus discípulos, para que los distribuyeran. Y ellos los fueron distribuyendo entre la gente.
Tenían,
además, unos cuantos pescados. Jesús los bendijo también y mandó que los
distribuyeran. La gente comió hasta quedar satisfecha, y todavía se recogieron
siete canastos de sobras. Eran unos cuatro mil. Jesús los despidió y luego se
embarcó con sus discípulos y llegó a la región de Dalmanuta.
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, tiempo de inclemencia y
desasosiego, también Jesús nos llama para decirnos que siente «compasión de
esta gente». Hoy, con la paz en crisis, puede abundar el miedo, la apatía, el
recurso a la banalidad y a la evasión: «No tienen qué comer».
¿A
quién llama el Señor? Dice el texto: «A sus discípulos», es decir, me llama a
mí, para no despedirlos en ayunas, para darles algo. Jesús se ha compadecido
—esta vez en tierra de paganos— porque también tienen hambre.
¡Ah!,
y nosotros —refugiados en nuestro pequeño mundo— decimos que nada podemos
hacer. «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?». ¿De
dónde sacaremos una palabra de esperanza cierta y firme, sabiendo que el Señor
estará con nosotros cada día hasta el fin de los tiempos? ¿Cómo decir a los
creyentes y a los incrédulos que la violencia y la muerte no son solución?
Hoy,
el Señor nos pregunta, simplemente, cuántos panes tenemos. Los que sean, ésos
necesita. El texto dice «siete», símbolo para paganos, como doce era símbolo
para el pueblo judío. El Señor quiere llegar a todos —por eso la Iglesia se
quiere reconocer a sí misma desde su catolicidad— y pide tu ayuda. Dale tu
oración: ¡es un pan! Dale tu Eucaristía vivida: ¡es otro pan! Dale tu decisión
por la reconciliación con los tuyos, con los que te han ofendido: ¡es otro pan!
Dale tu reconciliación sacramental con la Iglesia: ¡es otro pan! Dale tu
pequeño sacrificio, tu ayuno, tu solidaridad: ¡es otro pan! Dale tu amor a su
Palabra, que te da consuelo y fuerza: ¡es otro pan! Dale, en fin, lo que Él te
pida, aunque creas que sólo es un poco de pan.
Para la reflexión personal
Con el signo de la multiplicación, Jesús revela su
misericordia y el carácter universal de su misión. Al mismo tiempo, el relato
nos invita a meditar sobre la actitud de los discípulos.
a)
¿Qué rostro de Jesús podemos
contemplar en este pasaje?
b)
¿Cómo podemos colaborar con Jesús en
la tarea de calmar el hambre (material y espiritual) de la gente?
c)
¿En qué medida somos para los demás
un signo de esperanza de que el Señor con poco puede hacer mucho?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: tú
eres una buena madre. Siempre estás pendiente de nosotros, y nos das el
alimento necesario, para el cuerpo y para el alma. Sabemos que no nos va a
faltar tu ayuda, tu protección, tu cercanía.
Contigo
vamos siempre seguros. Agradecemos tu compañía. Ayúdanos a corresponder.
Yo
te pido que siempre te muestres madre, y me enseñes a mí a mostrarme hijo, para
cumplir fielmente con mi ministerio y así poder alimentar bien a mis ovejas.
Dame
el valor que tú tuviste al pie de la Cruz, para permanecer contigo firme en la
fe. No me dejes, madre mía.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero
Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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