+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Entre todas las semanas del año, la más
importante para los cristianos es la Semana Santa que bien vivida puede
convertirse en nosotros en camino de santidad. Esta semana se conoció también
antiguamente como «la semana grande” puesto que constituye el centro y el
corazón de la liturgia de todo el año. La Cuaresma ha sido una especie de navío
que nos ha llevado al puerto después de un largo viaje. Y ese puerto de paz es
el amor que Jesús nos muestra en estos días. «Habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MARCOS
15, 1-39
¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?
Luego que amaneció, se reunieron los
sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno para
deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Éste le
preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Él respondió: "Sí lo
soy". Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó
de nuevo: "¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan".
Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín. Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les dijo: "¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?". Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato les volvió a preguntar: "¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?". Ellos “¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo “Pues ¿que mal ha hecho?". Ellos gritaron más fuerte: "Crucifícalo!". Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.
Le pusieron una corona de espinas
Los soldados se lo llevaron al interior
del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un
manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y
comenzaron a burlarse de Él, dirigiéndole este saludo: "¡Viva el rey de
los judíos!". Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblan las
rodillas, se postraban ante Él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto
de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo.
Llevaron a Jesús al Gólgota
Entonces forzaron a cargar la cruz a un
individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de
Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir
"lugar de la Calavera"). Le ofrecieron vino con mirra, pero El no lo
aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver
qué le tocaba a cada uno.
Fue contado entre los malhechores
Era media mañana cuando lo
crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los
judíos". Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: Fue contado entre los
malhechores.
Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar
Los que pasaban por ahí lo injuriaban
meneando la cabeza y gritándole: "¡Anda! Tú que destruías el templo y lo
reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz". Los
sumos sacerdotes se burlaban también de Él y le decían: "Ha salvado a
otros, pero a si mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel,
baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos". Hasta los que
estaban crucificados con El también lo insultaban.
Y dando un fuerte grito, Jesús expiró
Al llegar el mediodía, toda aquella
tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús
gritó con voz potente: "Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?". (que
significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los
presentes, al oírlo, decían: "Miren, está llamando a Elías". Uno
corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó
para que bebiera, diciendo: "Vamos a ver si viene Elías a bajarlo".
Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.
Entonces el velo del templo se rasgó en
dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver
cómo había expirado, dijo: "De veras este hombre era Hijo de Dios".
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, en la Liturgia de la
palabra leemos la pasión del Señor según san Marcos y escuchamos un testimonio
que nos deja sobrecogidos: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios». El
evangelista tiene mucho cuidado en poner estas palabras en labios de un
centurión romano, que atónito, había asistido a una más de entre tantas
ejecuciones que le debería tocar presenciar en función de su estancia en un
país extranjero y sometido.
No
debe ser fácil preguntarse qué debió ver en Aquel rostro -a duras penas humano-
como para emitir semejante expresión. De una manera u otra debió descubrir un
rostro inocente, alguien abandonado y quizá traicionado, a merced de intereses
particulares; o quizá alguien que era objeto de una injusticia en medio de una
sociedad no muy justa; alguien que calla, soporta e, incluso, misteriosamente
acepta todo lo que se le está viniendo encima. Quizá, incluso, podría llegar a
sentirse colaborando en una injusticia ante la cual él no mueve ni un dedo por
impedirla, como tantos otros se lavan las manos ante los problemas de los
demás.
La
imagen de aquel centurión romano es la imagen de la Humanidad que contempla.
Es, al mismo tiempo, la profesión de fe de un pagano. Jesús muere solo,
inocente, golpeado, abandonado y confiado a la vez, con un sentido profundo de
su misión, con los "restos de amor" que los golpes le han dejado en
su cuerpo.
Pero
antes -en su entrada en Jerusalén- le han aclamado como Aquel que viene en
nombre del Señor (cf. Mc 11,9). Nuestra aclamación este año no es de
expectación, ilusionada y sin conocimiento, como la de aquellos habitantes de
Jerusalén. Nuestra aclamación se dirige a Aquel que ya ha pasado por el trago
de la donación total y del que ha salido victorioso. En fin, «nosotros
deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies
nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su
fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia» (San Andrés de
Creta).
Para la reflexión personal
a) ¿Cómo valoramos la actuación de Jesús ante tantas
ofensas? ¿Cómo actuamos nosotros cuando nos ofenden?
b) ¿En qué momentos nos hemos sentido «abandonados»
por Dios? ¿Cómo hemos vivido la experiencia?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: tú siempre acompañabas a tu Hijo, ayúdame
a mí a no separarme nunca de Él.
Madre
de Cristo, Rey de reyes: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme
a tu Hijo Jesucristo.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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