+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Buen
Jesús, yo creo que Tú eres el Señor de la vida. Yo creo que Tú has venido a
reconciliar todas mis rupturas y que me amas hasta el extremo. Te pido que me
ayudes a recorrer el camino de la humildad y así poder asemejarme cada vez más
a Ti.
Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 46-50
Un
día, surgió entre los discípulos una discusión sobre quién era el más grande de
ellos. Dándose cuenta Jesús de lo que estaban discutiendo, tomó a un niño, lo
puso junto a sí y les dijo: "El que reciba a este niño en mi nombre, me
recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me ha enviado. En
realidad el más pequeño entre todos ustedes, ése es el más grande".
Entonces,
Juan le dijo: "Maestro, vimos a uno que estaba expulsando a los demonios
en tu nombre; pero se lo prohibimos, porque no anda con nosotros". Pero
Jesús respondió: "No se lo prohíban, pues el que no está contra ustedes,
está en favor de ustedes".
Palabra del Señor.
Reflexión
La
salvación presenta dos aspectos: la elección por parte de Dios simbolizada en
el gesto de Jesús acogiendo al niño, y la acogida de Jesús (el Hijo) y de todo
hombre por parte del que lo ha enviado, el Padre. El niño encarna a Jesús, y
los dos juntos, en la pequeñez y en el sufrimiento, realizan la presencia de
Dios. Pero estos dos aspectos de la salvación son también indicativos de la fe:
en el don de la elección surge el elemento pasivo, en el servicio, el activo;
son dos pilares de la existencia cristiana.
Acoger a Dios o a Cristo en la fe
tiene como consecuencia acoger totalmente al pequeño por parte del creyente o
de la comunidad. El “ser grandes”, sobre lo cual discutían los discípulos, no
es una realidad del más allá, sino que mira al momento presente y se expresa en
la diaconía del servicio. El amor y la fe vividos realizan dos funciones: somos
acogidos por Cristo (toma al niño), y tenemos el don singular de recibirlo (“el
que acoge al niño, lo acoge a él y al Padre”).
A
continuación sigue un breve diálogo entre Jesús y Juan (vv-49-50). Este último
discípulo es contado entre los íntimos de Jesús. Al exorcista, que no forma
parte del círculo de los íntimos de Jesús, se le confía la misma función que a
los discípulos. Es un exorcista que, por una parte, es externo al grupo, pero
por la otra, está dentro porque ha entendido el origen cristológico de la
fuerza divina que lo asiste (“en tu nombre”). La enseñanza de Jesús es
evidente: un grupo cristiano no debe poner obstáculos a la acción misionera de
otros grupos.
No
existen cristianos más “grandes” que otros, sino que se es “grande” por el
hecho de ser cada vez más cristiano. Además, la actividad misionera debe estar
al servicio de Dios y no para aumentar la propia notoriedad. Es crucial el
inciso sobre el poder de Jesús: se trata de una alusión a la libertad del
Espíritu Santo cuya presencia en el seno de la Iglesia es segura, pero puede
extenderse más allá de los ministerios constituidos u oficiales.
Para la
reflexión personal
a) ¿Qué
tipo de “grandeza” vives al servir a la vida y a las personas?
b) ¿Eres
capaz de transformar la competitividad en cooperación?
Medita con esta canción.
Pidámosle a María que nos ayude a
vivir el perdón en nuestra vida rezando esta oración:
Santa María, Madre de Dios,
consérvame un corazón de niño,
puro y cristalino como una
fuente.
Dame un corazón sencillo
que no saboree las tristezas;
un corazón grande para
entregarse,
tierno en la compasión;
un corazón fiel y generoso
que no olvide ningún bien
ni guarde rencor por ningún mal.
Fórmame un corazón manso y
humilde,
amante sin pedir retorno,
gozoso al desaparecer en otro
corazón
ante tu divino Hijo;
un corazón grande e indomable
que con ninguna ingratitud se
cierre,
que con ninguna indiferencia se canse;
un corazón atormentado por la
gloria de Jesucristo,
herido de su amor,
con herida que sólo se cure en
el cielo.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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