+ En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Jesús,
en Ti confío. Me pongo en tus manos en este momento de oración. Quiero dejarme
forjar al calor de tu Sagrado Corazón. Enséñame, Señor, a creer en Ti en todo
momento. Hasta en la duda y en las tribulaciones: creer en Ti. Y enséñame, Señor,
a anunciarte sin miedo como tu Madre, María, con el corazón ardiente de amor a
Ti.
Hago en silencio un breve examen de conciencia.
Señor,
mírame. Soy frágil. Quiero de verdad seguirte, pero mi fe no es suficientemente
firme… y dudo. Porque he llegado a dudar de tu infinita misericordia y amor,
concédeme, Buen Jesús, creer. Con corazón sincero, te digo: «Creo, Señor, pero
acrecienta mi fe».
Del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20
En
aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo
y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará;
el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que
acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán
lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal,
no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos».
El
Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha
de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor
actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.
Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy habría mucho que
hablar sobre la cuestión de por qué no resuena con fuerza y convicción la
palabra del Evangelio, por qué guardamos los cristianos un silencio sospechoso
acerca de lo que creemos, a pesar de la llamada a la “nueva evangelización”.
Cada uno hará su propio análisis y apuntará su particular interpretación.
Pero
en la fiesta de san Marcos, escuchando el Evangelio y mirando al evangelizador,
no podemos sino proclamar con seguridad y agradecimiento dónde está la fuente y
en qué consiste la fuerza de nuestra palabra.
El
evangelizador no habla porque así se lo recomienda un estudio sociológico del
momento, ni porque se lo dicte la “prudencia” política, ni porque “le nace
decir lo que piensa”. Sin más, se le ha impuesto una presencia y un mandato,
desde fuera, sin coacción, pero con la autoridad de quien es digno de todo
crédito: «Ve al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación» (cf.
Mc 16,15). Es decir, que evangelizamos por obediencia, bien que gozosa y
confiadamente.
Nuestra
palabra, por otra parte, no se presenta como una más en el mercado de las ideas
o de las opiniones, sino que tiene todo el peso de los mensajes fuertes y
definitivos. De su aceptación o rechazo dependen la vida o la muerte; y su
verdad, su capacidad de convicción, viene por la vía testimonial, es decir,
aparece acreditada por signos de poder en favor de los necesitados. Por eso es,
propiamente, una “proclamación”, una declaración pública, feliz, entusiasmada,
de un hecho decisivo y salvador.
¿Por
qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos
ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el
género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos
al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su obra:
estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales
que la acompañaban».
Para la reflexión personal
a) ¿Evangelizas?
b) ¿Cómo
lo haces?
c) ¿Con
qué palabras y con qué gestos?
d) ¿Qué
te dice Dios?
e) ¿Qué
le dices?
Medita
la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar, es
responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
ES TU MOMENTO
CON DIOS. ¡ORA!
Gracias,
Señor, porque no permites que nada me separe de tu amor. Sé que me amas, tengo
fe en Ti y nada temo. Tú eres mi Buen Pastor: en Ti confío. No permitas que me
aparte de Ti. Ayúdame cada día ser un mejor cristiano.
Reza un Padre
Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a
María su maternal ayuda.
Madre
mía: Ayúdame a cumplir bien con mi
misión apostólica, confiando en que la gracia no me faltará para vencerlo.
Amén.
+ En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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