+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
dame hoy especialmente tu gracia para poder comprender un poquito este misterio
de amor que es la Eucaristía. Y digo misterio porque lo que menos podíamos
imaginar nosotros los humanos es que Tú pudieras tener esta idea tan grande,
tan generosa, tan enorme de poder estar siempre con nosotros a pesar de tu ida
al Padre. Es un misterio de amor. Y el misterio se acepta y no se discute.
¡Gracias, Señor!
Del santo
Evangelio según san Juan 6, 52-59
En
aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?"
Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne
y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado,
posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Este
es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres,
pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre".
Esto
lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne
del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener
vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección.
No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas
afirmaciones de Jesús.
No
siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a
veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y,
sin embargo, como ha escrito San Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don
demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».
“Comer
para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del
hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para
que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús.
Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él,
para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de
Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada:
es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente.
«Vivamente
he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer», decía Jesús al
atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna
otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón
del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se
construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de
la Eucaristía.
Estamos
tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de
Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al
hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone.
Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones
pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y,
a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y
les serviremos con una renovada ternura.
Para la reflexión
personal
a) ¿Cómo es nuestra participación en la celebración
de la eucaristía? ¿En qué medida sentimos la necesidad de alimentarnos con el
cuerpo y la sangre de Cristo?
b) ¿A qué nos compromete la eucaristía, donde Cristo
se entrega totalmente por nosotros y se nos da como alimento y bebida?
c) «El que coma de este pan vivirá para siempre».
¿En qué se nota que la eucaristía es fuente de esperanza para nuestra vida?
¿Cómo transmitimos esta esperanza a los que nos rodean?
Medita la oración
hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo
a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro,
un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María,
nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía, Reina de la humildad: la
conversión de san Pablo es un gran ejemplo para todos los cristianos. Él tuvo
la humildad de reconocer que se había equivocado, y estuvo dispuesto desde el
primer momento a rectificar, entregando su vida y su celo apostólico al
servicio de Jesús.
Tú
intercedes por todos los hombres para que también nos convirtamos, y nos
decidamos seriamente a seguir a Jesús. Y nos ayudas si somos perseguidos por
causa de Jesús. Con amor maternal siempre sabes lo que necesitamos y nos das tu
auxilio.
Consíguenos,
Madre, la virtud de la humildad, para reconocer nuestros errores y pecados,
buscando la gracia a través del sacramento de la penitencia, y ayúdanos para
hacer un verdadero propósito de enmienda, que incluya tener más hambre de Dios
y mucha sed de almas.
Madre
de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi
alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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