+ En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Ayúdame,
Señor Jesús, a disponer mi mente y corazón para este momento de encuentro
contigo. Ayúdame a hacer silencio en mi interior para poder escuchar tu
Palabra, interiorizarla y, con la fuerza del Espíritu Santo, hacerla vida en
mí.
Hago en silencio un breve examen de conciencia.
«Misericordia,
Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa» (Sal 50,1). Saber que tu misericordia es
siempre más grande que mi pecado me llena de confianza para acudir a Ti
arrepentido y ponerme en tus manos amorosas.
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12
Cuando
Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se
aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras Él
enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando
entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente,
quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero
bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo
Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados
te quedan perdonados". Algunos escribas que estaban allí sentados
comenzaron a pensar: "¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia.
¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?". Conociendo Jesús lo
que estaban pensando, les dijo: "¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil,
decirle al paralítico: `Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate,
recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre
tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —le dijo al paralítico—: Yo
te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa". El hombre se
levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos,
que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: "¡Nunca habíamos
visto cosa igual!".
Palabra del Señor.
Reflexión
Jesús-Salvador
quiere dejarnos una esperanza cierta de salvación: Él es capaz, incluso, de
perdonar los pecados y de compadecerse de nuestra debilidad moral. Antes que
nada, dice taxativamente: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc 2,5).
Después, lo contemplamos asociando el perdón de los pecados —que dispensa
generosa e incansablemente— a un milagro extraordinario, “palpable” con
nuestros ojos físicos. Como una especie de garantía externa, como para abrirnos
los ojos de la fe, después de declarar el perdón de los pecados del paralítico,
le cura la parálisis: «‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu
casa’. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de
todos» (Mc 2,11-12).
Este
milagro lo podemos revivir frecuentemente nosotros con la Confesión. En las
palabras de la absolución que pronuncia el ministro de Dios («Yo te absuelvo en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo») Jesús nos ofrece
nuevamente —de manera discreta— la garantía externa del perdón de nuestros
pecados, garantía equivalente a la curación espectacular que hizo con el
paralítico de Cafarnaúm.
Hicieron
descender un paralítico en su camilla desde el techo hasta los pies de Jesús.
Los judíos asociaban la enfermedad al pecado. Jesús mira a aquel hombre y
perdona sus pecados. El Hijo de Dios tiene potestad para perdonar pecados, por
eso confirma su autoridad haciendo de aquel impedido un hombre que recobra sus
capacidades. Cuando pedimos perdón por nuestros pecados recobramos el estado de
gracia que nos hace capaces de seguir al Señor. El pecado acaba postrándonos.
Muchos
dicen que sólo deben decirle los pecados a Dios, de forma directa. Pero Jesús
hace partícipes de su potestad a los apóstoles: «vayan y perdonen los pecados».
No debemos confesar sólo para poder comulgar, sino para reconciliarnos con Dios
y con la Iglesia. Cuando pecamos no amamos. Cuando no amamos, estamos
perjudicando a los demás y dejando de aportar amor a la comunidad creyente, por
eso hay que reconciliarse también con la Iglesia. Dios ha puesto este tesoro en
manos de la Iglesia para reconciliar a los hombres con Él y para que así le
sigamos con renovadas fuerzas.
Para la reflexión
personal
a) ¿Vivimos
la novedad del Evangelio y sentimos su desafío?
b) ¿Respondemos
a su provocación convirtiendo nuestras vidas?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN:
¿Qué le digo a Dios?
Orar, es
responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
ES TU MOMENTO CON DIOS. ¡ORA!
Te
agradezco, Padre, por esta oración. Ayúdame a vivir siempre consciente del amor
inmenso que tienes por mí, de que en Jesús nos has perdonado nuestro pecado y
siempre me cuidas y estás conmigo. Quiero confiar más en Ti, y crecer en la
seguridad de que si sigo los pasos de tu Hijo no tengo nada que temer. Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave
María y un Gloria
Pidámosle a María su maternal
ayuda.
Santa María,
Madre de la Esperanza,
junto a tu dulce Corazón
aprendo a esperar confiado.
Madre de la Esperanza,
junto a tu dulce Corazón
aprendo a esperar confiado.
Intercede
para que,
siguiendo tu ejemplo,
mi vida siempre
se encuentre afirmada
en la esperanza.
Amén.
para que,
siguiendo tu ejemplo,
mi vida siempre
se encuentre afirmada
en la esperanza.
Amén.
+ En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
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