+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor, estas
parábolas son un verdadero tesoro. Aunque un descerebrado hubiera podido quemar
todos los evangelios, todavía tendríamos argumentos para ser felices. Un
Dios-Padre que nos ama de esta manera, es motivo suficiente para llenar nuestro
corazón de alegría. Gracias por ser como eres, gracias porque no puedes, no
sabes y no quieres hacer otra cosa que amarnos.
Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10
En
aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para
escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí:
"Éste recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.
¿Y
qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende
luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y
cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense
conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro
que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se
convierte".
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, el evangelista de la
misericordia de Dios nos expone dos parábolas de Jesús que iluminan la conducta
divina hacia los pecadores que regresan al buen camino. Con la imagen tan
humana de la alegría, nos revela la bondad de Dios que se complace en el
retorno de quien se había alejado del pecado. Es como un volver a la casa del
Padre (como dirá más explícitamente en Lc 15,11-32). El Señor no vino a
condenar el mundo, sino a salvarlo, y lo hizo acogiendo a los pecadores que con
plena confianza «se acercaban a Jesús para oírle», ya que Él les curaba el alma
como un médico cura el cuerpo de los enfermos. Los fariseos se tenían por
buenos y no sentían necesidad del médico, y es por ellos —dice el evangelista—
que Jesús propuso las parábolas que hoy leemos.
Si
nosotros nos sentimos espiritualmente enfermos, Jesús nos atenderá y se
alegrará de que acudamos a Él. Si, en cambio, como los orgullosos fariseos pensásemos
que no nos es necesario pedir perdón, el Médico divino no podría obrar en
nosotros. Sentirnos pecadores lo hemos de hacer cada vez que recitamos el
Padrenuestro, ya que en él decimos «perdona nuestras ofensas...». ¡Y cuánto
hemos de agradecerle que lo haga! ¡Cuánto agradecimiento también hemos de
sentir por el sacramento de la reconciliación que ha puesto a nuestro alcance
tan compasivamente! Que la soberbia no nos lo haga menospreciar. San Agustín
nos dice que Jesucristo, Dios Hombre, nos dio ejemplo de humildad para curarnos
del “tumor” de la soberbia, «ya que gran miseria es el hombre soberbio, pero
más grande misericordia es Dios humilde».
Digamos
todavía que la lección que Jesús da a los fariseos es ejemplar también para
nosotros; no podemos alejar de nosotros a los pecadores. El Señor quiere que
nos amemos como Él nos ha amado y hemos de sentir gran gozo cuando podamos
llevar una oveja errante al redil o recobrar una moneda perdida.
Para la reflexión personal
a)
¿Hasta qué punto sentimos que nos es necesaria la
conversión? ¿Qué medios concretos utilizamos para expresar nuestro
arrepentimiento a Dios?
b)
¿Qué sentimientos hemos
experimentado cuando nos hemos arrepentido de nuestros pecados?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: cuando medito en las parábolas de la
misericordia pienso en el esfuerzo de Jesús para recuperar al que está perdido,
esfuerzo que llegó a su máxima expresión en el Calvario, derramando hasta su
última gota de sangre para salvar a los pecadores.
Y
pienso también en ti, junto a Jesús, al pie de esa Cruz, y contemplo tu dolor,
uniéndote al dolor de tu Hijo, como corredentora, y con un inmenso amor de
madre, que ve morir a su hijo, con la esperanza de verlo resucitado y, con Él,
dar vida a muchos otros hijos muertos por el pecado.
Madre,
yo también quiero ser pastor crucificado, uniéndome a los sufrimientos de
Jesús, con quien estoy configurado, dando la vida por mis ovejas, para
redención de todos.
Te
pido especialmente por nosotros, tus hijos sacerdotes, para que nos
convirtamos, y para que tomemos nuestra cruz de cada día, siguiendo a Jesús,
acompañándolo, para volver al redil a todas las ovejas perdidas, para volver al
abrazo del padre.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero
Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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