+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
me impresiona esa maldición tuya sobre la higuera seca. Y pienso que, a veces,
yo también soy como esa higuera. Vivo de apariencias, de fachada, pero por
dentro no doy fruto. Pasan los días, pasan los años y sigo siempre igual. No
hay en mí ningún avance ni progreso. Para la gente soy buena persona, incluso
me piden oraciones porque creen que estoy más cerca de Ti. Pero yo no estoy
conforme conmigo mismo. Ni me gusta la vida que llevo. Quiero cambiar, necesito
cambiar. Dame tu gracia para que te siga a Ti solo y a nadie más.
Del santo Evangelio según san Marcos 11, 11-26
Después de haber
sido aclamado por la multitud, Jesús entró en Jerusalén, fue al templo y miró
todo lo que en él sucedía; pero como ya era tarde, se marchó a Betania con los
Doce.
Al día siguiente,
cuando salieron de Betania, sintió hambre. Viendo a lo lejos una higuera con
hojas, Jesús se acercó a ver si encontraba higos; pero al llegar, sólo encontró
hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces le dijo a la higuera: "Que nunca
jamás coma nadie frutos de ti". Y sus discípulos lo estaban oyendo.
Cuando llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a arrojar de ahí a los que vendían y compraban; volcó las mesas de los cambiaban el dinero y los puestos de los ve que vendían palomas; y no dejaba que nadie cruzara por el templo cargando cosas. Luego se puso a enseñar a la gente, diciéndoles: "¿Acaso no está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Los sumos
sacerdotes y los escribas se enteraron de esto y buscaban la forma de matarlo;
pero le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de sus enseñanzas.
Cuando atardeció, Jesús y los suyos salieron de la ciudad.
A la mañana
siguiente, cuando pasaban junto a la higuera, vieron que estaba seca hasta la
raíz. Pedro cayó en la cuenta y le dijo a Jesús: "Maestro, mira: la
higuera que maldijiste se secó".
Jesús les dijo
entonces: "Tengan fe en Dios, Les aseguro que si uno dice a ese monte:
‘Quítate de ahí y arrójate al mar’, sin duda en su corazón y creyendo que va a
suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: Cualquier cosa que pidan en
la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán. Y cuando
se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también el
Padre, que está en el cielo, les perdone a ustedes sus ofensas; porque si
ustedes no perdonan, tampoco el Padre, que está en el cielo, les perdonará a
ustedes sus ofensas".
Palabra del Señor.
Reflexión
h
El Señor se acerca a una higuera y no encuentra allí frutos: sólo hojarasca, y
reacciona maldiciéndola. Según san Isidoro de Sevilla, “higo” y “fruto” tienen
la misma raíz. Al día siguiente, sorprendidos, los Apóstoles le dicen: «¡Rabbí,
mira!, la higuera que maldijiste está seca». En respuesta, Jesucristo les habla
de fe y de oración: «Tengan fe en Dios».
Hay
gente que casi no reza, y, cuando lo hacen, es con vista a que Dios les
resuelva un problema tan complicado que ya no ven en él solución. Y lo
argumentan con las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Todo cuanto pidan
en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrás». Tienen razón y es
muy humano, comprensible y lícito que, ante los problemas que nos superan,
confiemos en Dios, en alguna fuerza superior a nosotros.
Pero
hay que añadir que toda oración es “inútil” («su Padre sabe lo que necesitan
antes de pedírselo»), en la medida en que no tiene una utilidad práctica
directa, como —por ejemplo— encender una luz. No recibimos nada a cambio de
rezar, porque todo lo que recibimos de Dios es gracia sobre gracia.
Por
tanto, ¿no es necesario rezar? Al contrario: ya que ahora sabemos que no es
sino gracia, es entonces cuando la oración tiene más valor: porque es “inútil”
y es “gratuita”. Aun con todo, hay tres beneficios que nos da la oración de
petición: paz interior (encontrar al amigo Jesús y confiar en Dios relaja);
reflexionar sobre un problema, racionalizarlo, y saberlo plantear es ya tenerlo
medio solucionado; y, en tercer lugar, nos ayuda a discernir entre aquello que
es bueno y aquello que quizá por capricho queremos en nuestras intenciones de
la oración. Entonces, a posteriori, entendemos con los ojos de la fe lo que
dice Jesús: «Todo lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).
Para la reflexión personal
La higuera se ha secado. De igual modo, en
este pasaje el templo está muerto, porque no es capaz de crear un espacio de
encuentro libre y gratuito con Dios.
a) ¿Cuáles
son los frutos que hoy encontraría Jesús en su Iglesia?
b) ¿En
qué medida la Iglesia actualmente es una casa de oración para todos los pueblos?
c) ¿Cómo
procuramos que nuestra fe en Dios se convierta en buenas obras, buenos frutos?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía, Madre de la Iglesia: tú acogiste en tu
seno al Hijo de Dios, con quien estoy configurado. A ti te tocó proteger y
cuidar ese pequeño cuerpo de quienes querían lastimarlo, destruirlo, matarlo.
Lo
viste crecer, y jugar, y correr, y reír, con la inocencia de un niño que vivía
en medio del mundo y de la ignorancia de los hombres.
Viste
ese cuerpo fortalecerse y crecer en estatura, en sabiduría y en gracia ante
Dios.
Lo
viste convertirse en el cuerpo de un hombre, y hacer sus obras curando a los
enfermos, haciendo milagros y expulsando demonios. Y también tuviste que
cuidar, proteger y defender ese cuerpo de la indiferencia y la frialdad de los
corazones de los hombres que, faltando al respeto, a la dignidad y al honor de
lo sagrado, habían usurpado y convertido el templo en un mercado.
Viste
a los hombres destruir el templo, y a Jesús en tres días reconstruirlo de
nuevo.
Tú
eres el templo de Dios, en donde la divinidad habitó corporalmente. Tú sabes,
mejor que nadie, cómo ser una digna morada de Dios.
Madre
de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a guardar mi pureza, y a custodiar,
con mi entrega, la unidad del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Déjame
entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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