+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
hoy en este evangelio, me sorprende que seas tan admirado. Tienes algo íntimo,
profundo, inefable, misterioso para aquellas personas de tu pueblo. Y me
pregunto, ¿por qué hoy, en nuestra cristiana Europa, ya no eres admirado, ni
tenido en cuenta, y, en algunos casos, eres rechazado? Tú, Señor, eres el
mismo. Pero nosotros, tus seguidores, somos distintos. No te seguimos con
interés, con entusiasmo, con alegría, con convencimiento. Ayúdanos a cambiar.
Del santo Evangelio según san Lucas 4, 31-37
En
aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba
a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con
autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: “¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: “¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios”.
Pero
Jesús le ordenó: “Cállate y sal de ese hombre”. Entonces el demonio tiró al
hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos
se espantaron y se decían unos a otros: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes
con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen”. Y su fama se
extendió por todos los lugares de la región.
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy vemos cómo la actividad de
enseñar fue para Jesús la misión central de su vida pública. Pero la
predicación de Jesús era muy distinta a la de los otros maestros y esto hacía
que la gente se extrañara y se admirara. Ciertamente, aunque el Señor no había
estudiado, desconcertaba con sus enseñanzas, porque «hablaba con autoridad». Su
estilo de hablar tenía la autoridad de quien se sabe el “Santo de Dios”.
Precisamente,
aquella autoridad de su hablar era lo que daba fuerza a su lenguaje. Utilizaba
imágenes vivas y concretas, sin silogismos ni definiciones; palabras e imágenes
que extraía de la misma naturaleza cuando no de la Sagrada Escritura. No hay
duda de que Jesús era buen observador, hombre cercano a las situaciones
humanas: al mismo tiempo que le vemos enseñando, también lo contemplamos cerca
de las gentes haciéndoles el bien (con curaciones de enfermedades, con
expulsiones de demonios, etc.). Leía en el libro de la vida de cada día
experiencias que le servían después para enseñar. Aunque este material era tan
elemental y “rudimentario”, la palabra del Señor era siempre profunda,
inquietante, radicalmente nueva, definitiva.
La
cosa más grande del hablar de Jesucristo era el compaginar la autoridad divina
con la más increíble sencillez humana. Autoridad y sencillez eran posibles en
Jesús gracias al conocimiento que tenía del Padre y su relación de amorosa
obediencia con Él. Es esta relación con el Padre lo que explica la armonía
única entre la grandeza y la humildad. La autoridad de su hablar no se ajustaba
a los parámetros humanos; no había competencia, ni intereses personales o afán
de lucirse. Era una autoridad que se manifestaba tanto en la sublimidad de la
palabra o de la acción como en la humildad y sencillez. No hubo en sus labios
ni la alabanza personal, ni la altivez, ni gritos. Mansedumbre, dulzura,
comprensión, paz, serenidad, misericordia, verdad, luz, justicia... fueron el
aroma que rodeaba la autoridad de sus enseñanzas.
Para la reflexión personal
La Palabra, la
enseñanza de Jesús, es liberadora y está revestida de autoridad.
a) ¿Cuál
es nuestro nivel de conocimiento de la enseñanza del Maestro? ¿Qué podemos
hacer para conocerla mejor?
b) ¿Cuáles
son los espíritus inmundos de los que desearíamos que la Palabra de Jesús nos
liberara?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra
Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el
momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: sé
que el demonio no puede nada contra ti, porque estás pisando todo el tiempo su
cabeza.
Ayúdame
a estar bien configurado con tu Hijo, para administrar dignamente el poder que
he recibido desde el día de mi ordenación, para saber llevar la misericordia de
Dios a los hombres, para poder expulsar demonios.
Ayúdame
también a perseverar en la lucha para vencer las tentaciones y ser fortaleza
para mis hermanos.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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