Jueves de la XXIV semana del tiempo ordinario
19 de septiembre de 2019
San José de Yermo y Parres.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor Jesús, quiero
al comenzar mi oración, ponerme ante Ti con un corazón lleno de fe, lleno de
confianza en tu presencia. Eres un Amigo fiel que no te cansas de buscarme, que
no te cansas de alentarme en mi caminar hacia la santidad; por eso quiero que
aceptes esta oración como un compromiso por responderte cada día con mayor
fidelidad y alegría. Amén.
Del
santo Evangelio según san Lucas: 7, 36-50
En
aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del
fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando
supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco
de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y
con sus lágrimas le bañaba los pies, los enjugó con su cabellera, los besó y
los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo
había invitado comenzó a pensar: "Si este hombre fuera profeta, sabría qué
clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora".
Entonces Jesús le dijo:
"Simón, tengo algo que decirte". El fariseo contestó: "Dímelo,
Maestro". Él le dijo: "Dos hombres le debían dinero a un prestamista.
Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué
pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?"
Simón le respondió: "Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo:
"Has juzgado bien". Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón:
"¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los
pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado
con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que
entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza;
ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo:
sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho.
En cambio, al que poco se le perdona, poco ama". Luego le dijo a la mujer:
"Tus pecados te han quedado perdonados".
Los invitados empezaron a
preguntarse a sí mismos: "¿Quién es éste que hasta los pecados
perdona?" Jesús le dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en
paz".
Palabra
del Señor.
Jesús:
perdona y consuela.
1) Un fariseo lo invita: Aquí tomo esa
actitud de tomar a Jesús por un compromiso, hacer pasar a Jesús en mi vida por
un cumplido, pero que no asumo delicadezas con Jesús. Podría decirte que en esa
actitud está aquel cristiano cumplidor de normas, pero no un enamorado de Dios
y sus cosas. Entra Jesús a su vida, pero parece como que lo trata de igual a
igual.
2) Una mujer llorando: Las lágrimas
expresan más que palabras. Es ese estado de culpa y de angustia en que muchas
veces tú y yo entramos y cómo que no podemos salir. En su interior, hay
arrepentimiento y búsqueda de cambio; en su exterior lágrimas tras lágrimas.
Más que palabras, hay gestos. Los gestos hablan y demuestran cosas que las
palabras se quedan cortas.
3) Vete en paz: Perdón y paz, son dos caras
de una misma moneda. Quien se siente perdonado de corazón, habita en esa
persona la paz. No hay paz en un corazón sin perdón y que no perdona.
Jesús tiene la
capacidad de perdonarte y tú la capacidad de arrepentirte, pero se necesita de
tú humildad. Eres grande cada vez que te arrodillas ante Dios y te miras con tu
nada.
Hoy Dios te recuerda
que el perdón siempre está a tu disposición, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva.
Tu amor a Dios se
demuestra no tan sólo por tus normas religiosas cumplidas, sino por el amor que
le pongas a las cosas, sabiéndote que Dios es todo y tú eres nada, pero, que
con él, te haces todo.
Termina esta oración rezándole a
María:
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las oraciones
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita!
Amén.
santa Madre de Dios;
no deseches las oraciones
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita!
Amén.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Amén.
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