+ En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor
Jesús, reconozco tu presencia en mi vida y te pido me acompañes particularmente
en este momento de oración. Dame la luz de tu Espíritu para aprender a
discernir tu Plan. Que aprenda, Señor, a ser de tu “familia”, cumpliendo en
todo momento el designio del Padre que está en los cielos.
Hago en silencio un breve examen de conciencia.
Tú
lo sabes todo, Señor, y sabes que muchas veces me alejo de tu Plan de Amor viviendo
en una tierra extraña. Tú conoces mi pecado y mi fragilidad. Pero también sabes
que mi corazón anhela entregarse a Ti, a pesar de mis pequeñeces. Te pido
perdón por todas mis faltas y pecados y te ruego, Buen Señor, que me acerques
cada vez más a tu corazón.
Del santo Evangelio según san Juan 20, 11-18
El día de la resurrección, María se había quedado
llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro
y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado
el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles
le preguntaron: "¿Por qué estás llorando, mujer?" Ella les contestó:
"Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie,
pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: "Mujer, ¿por qué estás
llorando? ¿A quién buscas?" Ella, creyendo que era el jardinero, le
respondió: "Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto".
Jesús le dijo: "¡María!" Ella se volvió y exclamó:
"¡Rabuní!", que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo:
"Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis
hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’ ".
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para
decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy, en la figura de
María Magdalena, podemos contemplar dos niveles de aceptación de nuestro
Salvador: imperfecto, el primero; completo, el segundo. Desde el primero, María
se nos muestra como una sincerísima discípula de Jesús. Ella lo sigue, maestro
incomparable; le es heroicamente adherente, crucificado por amor; lo busca, más
allá de la muerte, sepultado y desaparecido. ¡Cuán impregnadas de admirable
entrega a su “Señor” son las dos exclamaciones que nos conservó, como perlas
incomparables, el evangelista Juan: «Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde
le han puesto» (Jn 20,13); «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has
puesto, y yo me lo llevaré»! (Jn 20,15). Pocos discípulos ha contemplado la
historia, tan afectos y leales como la Magdalena.
No
obstante, la buena noticia de hoy, de este martes de la octava de Pascua,
supera infinitamente toda bondad ética y toda fe religiosa en un Jesús admirable,
pero, en último término, muerto; y nos traslada al ámbito de la fe en el
Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer momento, dejándola en el nivel de la
fe imperfecta, se dirige a la Magdalena preguntándole: «Mujer, ¿por qué
lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos miopes, responde como
corresponde a un hortelano que se interesa por su desazón; aquel Jesús, ahora,
en un segundo momento, definitivo, la interpela con su nombre: «¡María!» y la
conmociona hasta el punto de estremecerla de resurrección y de vida, es decir,
de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por siempre. ¿Resultado? Magdalena
creyente y Magdalena apóstol: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que
había visto al Señor» (Jn 20,18).
Hoy
no es infrecuente el caso de cristianos que no ven claro el más allá de esta
vida y, pues, que dudan de la resurrección de Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De
modo semejante son numerosos los cristianos que tienen suficiente fe como para
seguirle privadamente, pero que temen proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte
de ese grupo? Si fuera así, como María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!,
abracémonos a sus pies y vayamos a encontrar a nuestros hermanos para decirles:
—El Señor ha resucitado y le he visto.
Para la reflexión personal
a) Señor,
¿A dónde me envías?
b) ¿cuál
es mi misión?
Medita
la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar, es
responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra
Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el
momento de decirle algo al Señor.
ES TU MOMENTO
CON DIOS. ¡ORA!
Gracias,
Señor por este momento de oración y de encuentro contigo. Ayúdame a tener
confianza en ti y en tu amor. A vivir con la alegría de la certeza de que
siempre cumples tus promesas. Enséñame Señor a acoger la gracia de tu
Resurrección y anunciar esta inmensa alegría a todos mis hermanos.
Reza un Padre
Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a María
su maternal ayuda.
Madre
nuestra: en algunas imágenes de Jesús crucificado se incluye, junto
a ti, a santa María Magdalena. La piedad cristiana la imagina muy cerca de ti,
acompañándote en ese momento de dolor, igual que san Juan.
Parece
muy comprensible que Jesús haya querido tener un detalle de cariño especial por
esa mujer valerosa, que fue fuerte al pie de tu Cruz, y que demostró así, una
vez más, que ha amado mucho.
Tu Hijo
la hizo apóstol de apóstoles, pidiéndole que llevara su Palabra a sus
discípulos, con el anuncio gozoso de su Resurrección.
El
ejemplo de la Magdalena y de las demás santas mujeres que acompañaron a Jesús
me recuerda la importancia cada vez mayor del genio femenino en la Iglesia, del
papel de las mujeres en la causa del Evangelio. Y de cómo los sacerdotes
debemos tenerlas muy en cuenta en nuestro ministerio, acompañándolas y
ayudándolas a cumplir con su misión de transmitir la fe.
Ayúdanos,
Madre, a tener nosotros también ese mismo valor en todo momento, para
transmitir con alegría y fielmente el Evangelio, con la esperanza de que Dios
no se dejará ganar en generosidad.
Amén.
+ En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Mi vida en Xto.
La oración nuestra
de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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