+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 43-49
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No hay árbol bueno que
produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se
conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de
los espinos.
El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón. ¿Por qué me dicen ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que yo les digo? Les voy a decir a quién se parece el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre, que al construir su casa, hizo una excavación profunda, para echar los cimientos sobre la roca. Vino la creciente y chocó el río contra aquella casa, pero no la pudo derribar, porque estaba sólidamente construida. Pero el que no pone en práctica lo que escucha, se parece a un hombre que construyó su casa a flor de tierra, sin cimientos. Chocó el río contra ella e inmediatamente la derribó y quedó completamente destruida".
Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy,
el Señor nos sorprende haciendo “publicidad” de sí mismo. No es mi intención
“escandalizar” a nadie con esta afirmación. Es nuestra publicidad terrenal lo
que empequeñece a las cosas grandes y sobrenaturales. Es el prometer, por
ejemplo, que dentro de unas semanas una persona gruesa pueda perder por lo
menos cinco o seis kilos usando un determinado “producto-trampa” (u otras
promesas milagrosas por el estilo) lo que nos hace mirar a la publicidad con
ojos de sospecha. Más, cuando uno tiene un “producto” garantizado al cien por
cien, y -como el Señor- no vende nada a cambio de dinero sino solamente nos
pide que le creamos tomándole como guía y modelo de un preciso estilo de vida,
entonces esa “publicidad” no nos ha de sorprender y nos parecerá la más lícita
del mundo. ¿No ha sido Jesús el más grande “publicitario” al decir de sí mismo
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)?
Hoy
afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica» es
prudente, «semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente
y puso los cimientos sobre roca» (Lc 6,47-48), de modo que obtiene una
construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del mal tiempo. Si,
por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará por encontrarse
ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba en el interior en el
momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no solamente la casa,
sino además su propia vida.
Pero
no basta acercarse a Jesús, sino que es necesario escuchar con la máxima
atención sus enseñanzas y, sobre todo, ponerlas en práctica, porque incluso el
curioso se le acerca, y también el hereje, el estudioso de historia o de
filología... Pero será solamente acercándonos, escuchando y, sobre todo,
practicando la doctrina de Jesús como levantaremos el edificio de la santidad
cristiana, para ejemplo de fieles peregrinos y para gloria de la Iglesia
celestial.
Para la reflexión personal
a) ¿Qué frutos damos?
b) ¿Qué bienes sacamos de los tesoros de nuestro corazón?
c) ¿Sobre qué roca hemos construido la casa de nuestra vida?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María su maternal ayuda.
Madre
mía: yo
contemplo tu rostro, el rostro más hermoso de mujer, que sobrepasa la belleza
de los ángeles, porque expresa la inmaculada pureza de tu corazón.
Tienes
la mirada limpia, que refleja la verdad, y tus ojos son como estrellas que
iluminan la noche.
Mejillas
tersas y suaves como los pétalos de una rosa.
Labios
de ternura, que besan, y son como brasas encendidas en el fuego de tu amor de
Madre.
Tu
vestido es rosa, y tu manto entre verde y azul, plasmado de estrellas que
brillan como relámpagos de luz. Tanto, que parece que de tu cuerpo emanan rayos
tan fuertes como el Sol, fruto bendito de tu vientre.
Imagino
en tus manos un Rosario, y ese Rosario tiene una cruz. Las cuentas son rosas
rojas, que impregnan todo con su fragancia. La cruz es de oro puro, acrisolada
al fuego. En la cruz está la imagen de Jesús crucificado y muerto. Tú ves la cruz,
y tus ojos reflejan la fusión de tu amor de Madre y el amor de Jesús.
Y
digo “María”, que es decir: “Jesús, te amo”.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero
Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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