+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Hoy,
Señor, quiero darte gracias por tu mirada. No es como la nuestra que se va
detrás de lo grande, lo fastuoso, lo que deslumbra. Nos fijamos en los buenos
artistas, famosos futbolistas, gente que sale mucho en Televisión. Nuestros
ojos están enfermos, son turbios, miopes. La mirada de Jesús es limpia,
profunda, dulce, transformadora. Jesús no ve a aquellos que echan limosnas para
engrandecerse, para que la gente se fije en ellos. Jesús ve, observa, mira y
admira a esa viejecita que dando dos moneditas ha dado todo lo que tenía.
Del santo Evangelio según san Lucas 21, 1-4
En aquel tiempo, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: "Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos. Porque éstos dan a Dios de lo que les sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir".
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, como casi siempre, las
cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños,
oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin
importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las
obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la
santidad personal.
Por
el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención
está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la
gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se
percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no
hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara
bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que
echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin
embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de
su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas:
«De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos
éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado
de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».
La
generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los
discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus
donativos en el arca del Tesoro», pero nada de eso tendrá valor si solamente
damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin
ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en
las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a
la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que
poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el
alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será
más con nosotros.
Para la reflexión personal
a)
En tiempo de crisis económica, de grave dificultad, ¿cómo
valoramos el hecho de compartir nuestros recursos o de ahorrarlos «por si
acaso»?
b)
¿Cuáles son los compromisos concretos con respecto a nuestros
bienes, sean estos pocos o muchos, a los que nos conduce el ejemplo de la
limosna de la viuda?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: tú
supiste desprenderte hasta de tu propio Hijo para colaborar en la obra de la
redención, entregándote a ti misma, por el bien de otros.
Como
buena madre, estuviste siempre desprendida de tus cosas, pensando sólo en
agradar a Dios, sirviendo a los demás.
Pasaste
tu vida en la tierra confiando, amando, abandonándote en la providencia del
Padre, Dios todopoderoso, bondad, bien, don.
Y
pienso ahora en ti, llena de gracia, llena de amor, llena de Dios. Rostro
deslumbrante de belleza, mirada transparente, corazón expuesto, ardiente en
fuego de amor, habiendo recibido abundantemente el premio merecido a tu
generosidad.
Ayúdame
a mí a confiar siempre en Dios, buscando solamente los tesoros del cielo, para
disfrutar de ellos para siempre, para siempre.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero
Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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