lunes, 2 de noviembre de 2020

Fieles Difuntos, vengan benditos de mi Padre.

 + En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Oración inicial

 

Señor, ayer celebramos el día de todos los santos y hoy la liturgia nos invita a celebrar la Misa por nuestros difuntos. Y hay una relación entre un día y otro. De hecho los cristianos llamamos al lugar de los muertos “campo santo”, es decir, un campo sembrado de santos. Haz, Señor, que yo rece hoy por mis difuntos y eleve mi mirada por encima de las tumbas, como hizo Jesús sobre la tumba de Lázaro. No es cuestión de mirar el cadáver sino mirar al cielo donde está nuestro Padre Dios donde Él nos espera para darnos el abrazo definitivo.

 

Del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante Él todas las naciones, y Él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.


Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.

Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.

Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’. Y Él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna".

Palabra del Señor.

 

Reflexión

h Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del cristiano: la muerte y resurrección de Jesús.

«La Iglesia no ruega por los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección. Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos.

Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.

Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal».

 

Para la reflexión personal

 

El Verbo hecho carne es enviado por el Padre al mundo para darnos vida, pero el mundo rechaza al Verbo encarnado.

 

¿Acepto en mi vida al Verbo encarnado que da la vida eterna? ¿Cómo?

 

En Jesús vemos la obediencia a la voluntad del Padre ¿Interiorizo esta virtud en mi vida para vivirla cada día?

 

¿Quién es Jesús para mí?

¿Trato de verlo con los ojos de la fe, escuchando sus palabras contemplando su modo de ser?

¿Qué significa para mí la vida eterna?

 

Medita la oración hecha canción.

 

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ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?

 

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor.

 

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

 

 

Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.

 

Madre mía: el día de hoy el pueblo cristiano mira de modo especial a sus difuntos, y siente la necesidad de ofrecer sufragios por sus almas. La Madre Iglesia lo recuerda en la liturgia, y concede indulgencias en favor de los fieles difuntos, para ayudarles a alcanzar pronto la gloria del Cielo.

Y yo pienso en ti, en el dolor que sentiste en el Calvario, al pie de la Cruz. Te imagino abrazando las piernas inertes de tu Hijo muerto y, junto a ti, un muchacho que llora, porque en verdad lo amaba.

Imagino tus vestidos empapados de la preciosa sangre de Jesús. Aquel muchacho te abrazaba mientras otros hombres bajaban a Jesús de la Cruz con mucho cuidado. Sentada en el suelo recibiste el cuerpo de tu Hijo muerto. Luego lo besaste y abrazaste como una madre arrulla a un bebé, y lo adoraste como sólo se adora a Dios, y contemplaste su cuerpo destrozado y vacío, al que se le podían contar todos los huesos.

Llorabas mientras veías en ese cuerpo al templo construido por el amor de Dios durante treinta y tres años, y destruido en unas horas por las manos de los hombres, consolándote en la esperanza de la promesa de que Él mismo lo reconstruiría en tres días.

Tú veías a toda la humanidad muerta en tu hijo muerto. No era sólo tu Hijo, eran todos tus hijos, la obra completa de Dios, destruida.

Luego unos hombres con gran cuidado lo envolvieron en un lienzo, y lo colocaron en el sepulcro excavado en la roca. Y aquel muchacho te acompañó y te llevó a su casa. Era Juan, el discípulo más amado de Jesús, uno de tus hijos predilectos, uno de los primeros sacerdotes.

Tu dolor se unía al dolor de los discípulos y el de las santas mujeres. Pero a ti te sostenía una esperanza firme, sabías que tu Hijo iba a resucitar al tercer día. Y ese tiempo lo pasaste rezando, ofreciendo, uniendo tu alma a la de Jesús de un modo especial, siendo corredentora.

Madre, tú eres esperanza nuestra. Hoy te pido que me ayudes a tener la seguridad del valor de los sufragios en favor de los difuntos, y también a valorar la importancia de la penitencia en esta vida, para purificar mi alma y así evitar un aplazamiento de la visión beatífica al final de mi vida.

Te pido también tu intercesión y tu protección para el Santo Padre, y para que nosotros, tus hijos sacerdotes, nos mantengamos muy unidos a él, orando por los vivos y por los muertos, para que los vivos se conviertan, crean en la presencia de Cristo resucitado y vivo en la Eucaristía, y perseveren en la fidelidad, para alcanzar la santidad; y para que los muertos se vean libres de sus pecados y resuciten en la gloria de Dios.

Amén.

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

Padre José Luis Romero Landeros IJS

 

 

Referencias:

Espada de dos filos.

Mi vida en Xto.

La oración nuestra de cada día.

Jóvenes católicos.

Ocarm.

Rezandovoy

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