viernes, 22 de enero de 2021

Constituyó a los Doce.

 + En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Oración inicial

 

Hoy te pido, Señor, que, en este rato de oración, me hagas ver la grandeza de la elección. Me has elegido porque me amabas. Y me has elegido para que enseñe a amar a los demás. Me has elegido para crear entre los hombres y mujeres de este mundo una familia, la familia de los hijos de Dios.

 

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 13-19

En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron. Constituyó a doce para que se quedaran con él, para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.


Constituyó entonces a los Doce: a Simón, al cual le impuso el nombre de Pedro; después, a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, a quienes dio el nombre de Boanergues, es decir “hijos del trueno”; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, que después lo traicionó.

Palabra del Señor.

 

Reflexión

h Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles. En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos. Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.

¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios.

Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).

Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.

 

Para la reflexión personal

 

a)    ¿Cuál es la misión que Jesús nos tiene encomendada a cada uno de nosotros?

 

b)   ¿Qué faceta de la vida de Jesús nos sentimos llamados a realizar en el día a día?

 

c)   ¿Cómo la llevamos a cabo?

 

d)   Para Jesús es fundamental «subir al monte» y tratar con Dios antes de tomar decisiones importantes. ¿Cómo tomamos en nuestra vida las decisiones? ¿Quién nos ayuda a tomarlas?

 

Medita la oración hecha canción.

 

https://n9.cl/18d2r

 

 

ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?

 

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor.

 

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

 

 

Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.

Madre mía, medianera de todas las gracias: tú sufriste un gran dolor por el abandono que hicieron los amigos de Jesús el día de su suplicio en la Cruz.

Aquellos hombres habían sido elegidos por tu Hijo con amor de predilección, y tú los acogiste como Madre y derrochaste tu amor por ellos durante aquellos años de vida pública de Jesús.

Los conocías muy bien a todos, porque los acompañabas, y porque ellos también abrían su corazón contigo. Te contaban sus cosas, y tú les contabas las cosas de Jesús que guardabas en tu corazón.

Fue grande tu sufrimiento cuando no estuvieron presentes a la hora del dolor, con excepción de Juan. Y sufriste especialmente por Judas. Estoy seguro de que pediste por la salvación de su alma, porque una madre nunca abandona.

Madre, yo no quiero abandonar a tu Hijo, no quiero traicionarlo: ¡dame la gracia de la fidelidad!

Amén.

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

Padre José Luis Romero Landeros IJS

 

 

Referencias:

Espada de dos filos.

Mi vida en Xto.

La oración nuestra de cada día.

Jóvenes católicos.

Ocarm.

Rezandovoy

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