+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
si Tú quieres, puedes cambiarme. No quiero presentarme delante de Ti como una
persona buena, sana, autosuficiente. Vengo ante Ti como el leproso, necesitado
de tu fuerza, de tu salud, de tu gracia. Tócame y sáname de todas mis
enfermedades del alma: de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi vanidad, de mi
indiferencia ante los problemas de los demás. En realidad, mi enfermedad
consiste en no entregarme a ti del todo.
Esto
hace que mi entrega a los demás sea tan mezquina. Ayúdame, cuídame, sáname.
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45
En
aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas:
"Si tú quieres, puedes curarme". Jesús se compadeció de él, y
extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: "¡Sí quiero: sana!"
Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: "No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés".
Pero
aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar
abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a
donde acudían a El de todas partes.
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, en la primera lectura, leemos: «¡Ojalá escucharan
la voz del Señor: ‘No endurezcan sus corazones’!». Y lo repetimos
insistentemente en la respuesta al Salmo 94. En esta breve cita, se contienen
dos cosas: un anhelo y una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.
Durante nuestro
tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz del Señor. Pero, quizá,
con demasiada frecuencia nos preocupamos de llenar ese tiempo con palabras que
nosotros queremos decirle, y no dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen
Dios nos quiere comunicar. Velemos, por tanto, para tener cuidado del silencio
interior que —evitando las distracciones y centrando nuestra atención— nos abre
un espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor, ciertamente,
quiere suscitar en nuestros corazones.
Un riesgo, que no
podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón —con el paso del tiempo—
se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes de la vida nos pueden ir
convirtiendo, incluso sin darnos cuenta de ello, en una persona más
desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada... Hay que pedir al Señor
que nos haga conscientes de este posible deterioro interior. La oración es
ocasión para echar una mirada serena a nuestra vida y a todas las
circunstancias que la rodean. Hemos de leer los diversos acontecimientos a la
luz del Evangelio, para descubrir en cuáles aspectos necesitamos una auténtica
conversión.
¡Ojalá que nuestra
conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se
presentó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes
limpiarme’». Él es el único que puede hacer posible aquello que por nosotros
mismos resultaría imposible. Dejemos que Dios actúe con su gracia en nosotros
para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue a ser cada
día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con
confianza, nos dice: «Quiero; queda limpio».
Para la reflexión personal
El leproso predica el reino de Dios desde su experiencia de curación y
de contacto con Jesús. Su mismo cuerpo curado habla de dicha experiencia
sanadora.
a) ¿Cómo son nuestras predicaciones?
b) ¿Desde qué experiencias liberadoras de encuentro
con Jesús hablamos de él?
c) ¿Qué sentimientos nos producen las necesidades de
los demás?
d) ¿A qué acciones nos llevan?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: tú eres mi salud, y lo digo no
solamente porque puedo acudir a ti para que me sanes el cuerpo cuando estoy
enfermo, sino porque procuras la salud de mi alma, incluso adelantándote, como
buena madre.
Tú
sabes cuánto te necesito. Te pido con frecuencia que ruegues por nosotros
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Y es que al final de mi vida
quiero irme al cielo, para verte, y para gozar de Dios para toda la eternidad.
Pero
sé que no puedo entrar al cielo si mi alma está manchada. Si tú quieres, puedes
limpiarme. Ayúdame a que yo también siempre quiera.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero
Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
No hay comentarios.:
Publicar un comentario