jueves, 14 de enero de 2021

Si tú quieres, puedes curarme.

 + En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Oración inicial

 

Señor, si Tú quieres, puedes cambiarme. No quiero presentarme delante de Ti como una persona buena, sana, autosuficiente. Vengo ante Ti como el leproso, necesitado de tu fuerza, de tu salud, de tu gracia.  Tócame y sáname de todas mis enfermedades del alma: de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi vanidad, de mi indiferencia ante los problemas de los demás. En realidad, mi enfermedad consiste en no entregarme a ti del todo.

Esto hace que mi entrega a los demás sea tan mezquina. Ayúdame, cuídame, sáname.

 

Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: "Si tú quieres, puedes curarme". Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: "¡Sí quiero: sana!" Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.


Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: "No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés".

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a El de todas partes.

Palabra del Señor.

 

Reflexión

h Hoy, en la primera lectura, leemos: «¡Ojalá escucharan la voz del Señor: ‘No endurezcan sus corazones’!». Y lo repetimos insistentemente en la respuesta al Salmo 94. En esta breve cita, se contienen dos cosas: un anhelo y una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.

Durante nuestro tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz del Señor. Pero, quizá, con demasiada frecuencia nos preocupamos de llenar ese tiempo con palabras que nosotros queremos decirle, y no dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen Dios nos quiere comunicar. Velemos, por tanto, para tener cuidado del silencio interior que —evitando las distracciones y centrando nuestra atención— nos abre un espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor, ciertamente, quiere suscitar en nuestros corazones.

Un riesgo, que no podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón —con el paso del tiempo— se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes de la vida nos pueden ir convirtiendo, incluso sin darnos cuenta de ello, en una persona más desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada... Hay que pedir al Señor que nos haga conscientes de este posible deterioro interior. La oración es ocasión para echar una mirada serena a nuestra vida y a todas las circunstancias que la rodean. Hemos de leer los diversos acontecimientos a la luz del Evangelio, para descubrir en cuáles aspectos necesitamos una auténtica conversión.

¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se presentó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’». Él es el único que puede hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible. Dejemos que Dios actúe con su gracia en nosotros para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue a ser cada día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza, nos dice: «Quiero; queda limpio».

 

Para la reflexión personal

 

El leproso predica el reino de Dios desde su experiencia de curación y de contacto con Jesús. Su mismo cuerpo curado habla de dicha experiencia sanadora.

 

a)    ¿Cómo son nuestras predicaciones?

 

b)   ¿Desde qué experiencias liberadoras de encuentro con Jesús hablamos de él?

 

c)   ¿Qué sentimientos nos producen las necesidades de los demás?

 

d)   ¿A qué acciones nos llevan?

 

 

Medita la oración hecha canción.

 

https://n9.cl/xuy9

 

 

ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?

 

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor.

 

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

 

 

Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.

Madre mía: tú eres mi salud, y lo digo no solamente porque puedo acudir a ti para que me sanes el cuerpo cuando estoy enfermo, sino porque procuras la salud de mi alma, incluso adelantándote, como buena madre.

Tú sabes cuánto te necesito. Te pido con frecuencia que ruegues por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Y es que al final de mi vida quiero irme al cielo, para verte, y para gozar de Dios para toda la eternidad.

Pero sé que no puedo entrar al cielo si mi alma está manchada. Si tú quieres, puedes limpiarme. Ayúdame a que yo también siempre quiera.

Amén.

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

Padre José Luis Romero Landeros IJS

 

 

Referencias:

Espada de dos filos.

Mi vida en Xto.

La oración nuestra de cada día.

Jóvenes católicos.

Ocarm.

Rezandovoy

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