+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Al
evangelio original de Marcos se le añadió en algún momento un apéndice donde se
recoge este mandato final de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la creación». El Evangelio no ha de quedar en el interior del
pequeño grupo de sus discípulos. Han de salir y desplazarse para alcanzar al
«mundo entero» y llevar la Buena Noticia a todas las gentes, a «toda la
creación». Nadie sabe cómo será la fe cristiana en el mundo nuevo que está
emergiendo, pero, difícilmente será «clonación» del pasado. El Evangelio tiene
fuerza para inaugurar un cristianismo nuevo (J.A. Pagola).
Del santo
Evangelio según san Juan 16, 15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvara; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañaran a los que hayan creído; arrojan demonios en mi nombre, hablan lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben el veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y estos quedaran sano”.
El
Señor Jesús, después de hablarles subió al cielo y está sentado a la derecha de
Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor
actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy en esta solemnidad, se nos
ofrece una palabra de salvación como nunca la hayamos podido imaginar. El Señor
Jesús no solamente ha resucitado, venciendo a la muerte y al pecado, sino que,
además, ¡ha sido llevado a la gloria de Dios! Por esto, el camino de retorno al
Padre, aquel camino que habíamos perdido y que se nos abría en el misterio de
Navidad, ha quedado irrevocablemente ofrecido en el día de hoy, después que
Cristo se haya dado totalmente al Padre en la Cruz.
¿Ofrecido?
Ofrecido, sí. Porque el Señor Jesucristo, antes de ser llevado al cielo, ha
enviado a sus discípulos amados, los Apóstoles, a invitar a todos los hombres a
creer en Él, para poder llegar allá donde Él está. «Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se
salvará» (Mc 16,15-16).
Esta
salvación que se nos da consiste, finalmente, en vivir la vida misma de Dios,
como nos dice el Evangelio según san Juan: «Ésta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo»
(Jn 17,3).
Pero
aquello que se da por amor ha de ser aceptado en el amor para poder ser
recibido como don. Jesucristo, pues, a quien no hemos visto, quiere que le
ofrezcamos nuestro amor a través de nuestra fe, que recibimos escuchando la
palabra de sus ministros, a quienes sí podemos ver y sentir. «Nosotros creemos
en aquel que no hemos visto. Lo han anunciado aquellos que le han visto. (...)
Quien ha prometido es fiel y no engaña: no faltes en tu confianza, sino espera
en su promesa. (...) ¡Conserva la fe!» (San Agustín). Si la fe es una oferta de
amor a Jesucristo, conservarla y hacerla crecer hace que aumente en nosotros la
caridad.
¡Ofrezcamos,
pues, al Señor nuestra fe!
Para la reflexión
personal
a) ¿Qué señales hacen creíble en nuestro mundo de hoy el anuncio del
Evangelio?
b) ¿Cuáles lo dificultan?
c) ¿A qué nos compromete el mandato de Jesús y su invitación a proclamar
la buena noticia?
Medita la oración
hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo
a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro,
un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María,
nuestra Madre, su ayuda.
Madre
nuestra, Reina del Cielo: ¡alégrate,
Virgen María! Has visto con tus benditos ojos cómo se iba al Cielo tu Hijo
Jesús, de quien fuiste una digna morada, y que ahora vuelve a su morada eterna
junto al Padre y al Espíritu Santo.
En
los discípulos de Jesús había una mezcla de gozo y de tristeza. Gozosos, por la
alegría de ser testigos del triunfo de nuestro Señor, y tristes porque ya no
iba a estar con ellos de la misma manera que antes, aunque prometió su
asistencia cotidiana hasta el fin del mundo.
Era
importante tu presencia junto a ellos para fortalecer su ánimo en la espera de
la venida del Espíritu Santo. Tú dabas testimonio de que en todo se cumplían
las Escrituras, y la promesa de tu Hijo estaba presente: iba a llegar el Consolador,
el Espíritu de verdad, que les enseñaría todas las cosas y les daría la
fortaleza necesaria para cumplir con su misión.
Así
ahora, Madre, te necesitamos. Sabemos que miras a tus hijos sacerdotes como a
Juan, el discípulo predilecto de Jesús, que te llevó a su casa. Nosotros
también lo hemos hecho, porque necesitamos tu compañía. Te pedimos tu
intercesión, para que el Santo Paráclito derrame sus dones en nuestro corazón,
y nos llene de Él, para ir con alegría por todo el mundo a transmitir, con nuestra
vida y nuestra palabra, el mensaje de Cristo.
Madre
de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi
alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración nuestra
de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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