viernes, 25 de junio de 2021

señor, si quieres, puedes curarme

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Oración inicial

Señor, me llama la atención esta bajada del monte de la Bienaventuranzas. Qué distinta de aquella  bajada de Moisés del monte Sinaí entre truenos, relámpagos, miedos y castigos. Jesús, bajas de la montaña de Dios, pero un Dios Padre, lleno de compasión y de ternura. No bajas para castigar sino para salvar; no bajas para meter miedo, sino para dar confianza; no bajas porque no te lo pases bien en el monte, sino porque los hombres y mujeres que están en el valle te necesitan. Que yo sepa bajar de la contemplación a la acción.

 

 

Del santo Evangelio según san Mateo 8, 1-4


En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante Él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes curarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: "Sí quiero, queda curado".

Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación".

Palabra del Señor.

 

 

Reflexión

h Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme». También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos ávidos y capaces de formular la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme».

Ahora bien, se impone una pregunta: Una sociedad que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día, y espera la misma petición: «Señor, si quieres...». No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.

Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su petición de ayuda.

Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de su situación y no quiere convertirse? Dice un refrán popular: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».

 

Para la reflexión personal

 

En la Biblia, la lepra es una afección de la piel que puede ser contagiada con facilidad y que Jesús cura con una voluntad decidida ante la fe del leproso.

 

Hoy en día también se dan «lepras» en nuestro mundo: unas sociales y otras personales. La misma vida nos deja en la piel huellas con su sufrimiento. La lepra del pecado también nos aparta de Dios y nos margina de su presencia.

 

a)    ¿Cuáles son nuestras lepras sociales o personales?

 

b)   ¿Qué enfermedades nos deja la vida grabadas en la piel?

 

c)   ¿Cómo nos cura Jesús?

 

d)   ¿A quiénes curamos nosotros de sus lepras?

 

 

Medita la oración hecha canción.

 

https://n9.cl/fn0cl

 

 

ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?

 

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor.

 

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

 

 

Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.

Madre mía: tú eres mi salud, y lo digo no solamente porque puedo acudir a ti para que me sanes el cuerpo cuando estoy enfermo, sino porque procuras la salud de mi alma, incluso adelantándote, como buena madre.

Tú sabes cuánto te necesito. Te pido con frecuencia que ruegues por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Y es que al final de mi vida quiero irme al cielo, para verte, y para gozar de Dios para toda la eternidad.

Pero sé que no puedo entrar al cielo si mi alma está manchada. Si tú quieres, puedes limpiarme. Ayúdame a que yo también siempre quiera.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

Amén.

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

Padre José Luis Romero Landeros IJS

 

 

Referencias:

Espada de dos filos.

Mi vida en Xto.

La oración nuestra de cada día.

Jóvenes católicos.

Ocarm.

Rezandovoy

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