+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
me llama la atención esta bajada del monte de la Bienaventuranzas. Qué distinta
de aquella bajada de Moisés del monte Sinaí entre truenos, relámpagos,
miedos y castigos. Jesús, bajas de la montaña de Dios, pero un Dios Padre, lleno
de compasión y de ternura. No bajas para castigar sino para salvar; no bajas
para meter miedo, sino para dar confianza; no bajas porque no te lo pases bien
en el monte, sino porque los hombres y mujeres que están en el valle te
necesitan. Que yo sepa bajar de la contemplación a la acción.
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 1-4
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante Él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes curarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: "Sí quiero, queda curado".
Inmediatamente
quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No le vayas a contar esto a
nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita
por Moisés para probar tu curación".
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, el Evangelio nos muestra un
leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús
pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme». También nosotros, al ver tan
cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de
su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos ávidos y capaces de formular
la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme».
Ahora
bien, se impone una pregunta: Una sociedad que no tiene conciencia de pecado,
¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos
conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es
que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús
continúa pasando a nuestro lado, día tras día, y espera la misma petición: «Señor,
si quieres...». No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín
nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te
salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que
nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.
Alguien
se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear
cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una
respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una
sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de
buscar al Señor para formular su petición de ayuda.
Por
eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión
sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan
nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento
de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los
ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de su situación y no quiere convertirse? Dice
un refrán popular: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».
Para la reflexión personal
En la Biblia, la lepra es una afección de la piel
que puede ser contagiada con facilidad y que Jesús cura con una voluntad
decidida ante la fe del leproso.
Hoy en día también se dan «lepras» en nuestro
mundo: unas sociales y otras personales. La misma vida nos deja en la piel huellas
con su sufrimiento. La lepra del pecado también nos aparta de Dios y nos
margina de su presencia.
a)
¿Cuáles
son nuestras lepras sociales o personales?
b)
¿Qué
enfermedades nos deja la vida grabadas en la piel?
c)
¿Cómo
nos cura Jesús?
d)
¿A
quiénes curamos nosotros de sus lepras?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: tú
eres mi salud, y lo digo no solamente porque puedo acudir a ti para que me
sanes el cuerpo cuando estoy enfermo, sino porque procuras la salud de mi alma,
incluso adelantándote, como buena madre.
Tú
sabes cuánto te necesito. Te pido con frecuencia que ruegues por nosotros
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Y es que al final de mi vida
quiero irme al cielo, para verte, y para gozar de Dios para toda la eternidad.
Pero
sé que no puedo entrar al cielo si mi alma está manchada. Si tú quieres, puedes
limpiarme. Ayúdame a que yo también siempre quiera.
Madre
de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi
alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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