+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
qué bonita la expresión de aquel centurión: “No soy digno de que entres en mi casa”. Es una
fórmula que repito todos los días antes de comulgar; pero puede convertirse en
una fórmula vieja, fría, carente de sentido. Lo que hace que esta fórmula esté
siempre viva y agrade a Dios es la fe. No una fe gastada, al estilo de los
judíos del tiempo de Jesús, sino una fe joven, sincera, confiada y
comprometida, al estilo del Centurión. Dame, Señor, esta fe.
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 5-17
En
aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le
dijo: "Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y
sufre mucho". Él le contestó: "Voy a curarlo".
Pero
el oficial le replicó: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa;
con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo
bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘ve, él
va; al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace".
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían:
"Yo
les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro
que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y
Jacob en el Reino de los cielos. En cambio, a los herederos del Reino los
echarán fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación".
Jesús
le dijo al oficial romano: "Vuelve a tu casa y que se te cumpla lo que has
creído". Y en aquel momento se curó el criado. Al llegar Jesús a la casa
de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Entonces la tomó de la
mano y desapareció la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirles.
Al
atardecer le trajeron muchos endemoniados. Él expulsó a los demonios con su
palabra y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo dicho por el profeta
Isaías: Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, en el Evangelio, vemos el
amor, la fe, la confianza y la humildad de un centurión, que siente una
profunda estima hacia su criado. Se preocupa tanto de él, que es capaz de
humillarse ante Jesús y pedirle: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con
terribles sufrimientos». Esta solicitud por los demás, especialmente para con
un siervo, obtiene de Jesús una pronta respuesta: «Yo iré a curarle». Y todo
desemboca en una serie de actos de fe y confianza. El centurión no se considera
digno y, al lado de este sentimiento, manifiesta su fe ante Jesús y ante todos
los que estaban allí presentes, de tal manera que Jesús dice: «En Israel no he
encontrado en nadie una fe tan grande».
Podemos
preguntarnos qué mueve a Jesús para realizar el milagro. ¡Cuántas veces pedimos
y parece que Dios no nos atiende!, y eso que sabemos que Dios siempre nos
escucha. ¿Qué sucede, pues? Creemos que pedimos bien, pero, ¿lo hacemos como el
centurión? Su oración no es egoísta, sino que está llena de amor, humildad y
confianza. Dice san Pedro Crisólogo: «La fuerza del amor no mide las
posibilidades (...). El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El
amor no es resignación ante la imposibilidad, no se intimida ante dificultad
alguna». ¿Es así mi oración?
«Señor,
no soy digno de que entres bajo mi techo...». Es la respuesta del centurión.
¿Son así tus sentimientos? ¿Es así tu fe? «Sólo la fe puede captar este
misterio, esta fe que es el fundamento y la base de cuanto sobrepasa a la
experiencia y al conocimiento natural» (San Máximo). Si es así, también escucharás:
«‘Anda; que te suceda como has creído’. Y en aquella hora sanó el criado».
Para la reflexión personal
El texto nos invita a identificarnos con el
centurión, la suegra de Pedro o cualquiera de los enfermos que, al atardecer,
son llevados ante Jesús. Como ellos, confiamos en la palabra de Jesús. El poder
sanador de su palabra nos hace situarnos como el centurión, con humildad.
a)
¿Cómo
nos sentimos ante la idea de que Jesús entre en nuestra casa?
b)
¿Cómo
es nuestra confianza y humildad ante Jesús y su palabra?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
nuestra: el
oficial romano, sus soldados y sus criados estaban acostumbrados a dar y
recibir órdenes. Tú eres la Reina del Cielo, la Madre del gran Rey, y nosotros
somos tus soldados, y estamos a tus órdenes.
Ayuda
mucho también, en la vida espiritual pensar en la disciplina militar. ¿Qué nos
aconsejas para alcanzar siempre la victoria en nuestras batallas?
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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