+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor,
me encantan estos contrastes tan bonitos del evangelio: “perdiendo se gana”,
“dando se recibe”, “muriendo se vive”. Yo quisiera que esto lo llevara a la
práctica, y no fueran solo unas palabras ingeniosas. Haz, Señor, que de una vez
por todas, me convenza de que “el Evangelio siempre tiene razón».
Del santo Evangelio según san Juan 12, 24-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.
El
que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi
servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre".
Palabra del Señor.
Reflexión
h
Hoy, la Iglesia —mediante la
liturgia eucarística que celebra al mártir romano san Lorenzo— nos recuerda que
«existe un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar
dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes
sacrificios» (San Juan Pablo II).
La
ley moral es santa e inviolable. Esta afirmación, ciertamente, contrasta con el
ambiente relativista que impera en nuestros días, donde con facilidad uno
adapta las exigencias éticas a su personal comodidad o a sus propias
debilidades. No encontraremos a nadie que nos diga: —Yo soy inmoral; —Yo soy
inconsciente; —Yo soy una persona sin verdad... Cualquiera que dijera eso se
descalificaría a sí mismo inmediatamente.
Pero
la pregunta definitiva sería: ¿de qué moral, de qué conciencia y de qué verdad
estamos hablando? Es evidente que la paz y la sana convivencia sociales no
pueden basarse en una “moral a la carta”, donde cada uno tira por donde le
parece, sin tener en cuenta las inclinaciones y las aspiraciones que el Creador
ha dispuesto para nuestra naturaleza. Esta “moral”, lejos de conducirnos por
«caminos seguros» hacia las «verdes praderas» que el Buen Pastor desea para
nosotros (cf. Sal 23,1-3), nos abocaría irremediablemente a las arenas
movedizas del “relativismo moral”, donde absolutamente todo se puede pactar y
justificar.
Los
mártires son testimonios inapelables de la santidad de la ley moral: hay
exigencias de amor básicas que no admiten nunca excepciones ni adaptaciones. De
hecho, «en la Nueva Alianza se encuentran numerosos testimonios de seguidores
de Cristo que (...) aceptaron las persecuciones y la muerte antes que hacer el
gesto idolátrico de quemar incienso ante la estatua del Emperador» (San Juan
Pablo II).
En
el ambiente de la Roma del emperador Valeriano, el diácono «san Lorenzo amó a
Cristo en la vida, imitó a Cristo en la muerte» (San Agustín). Y, una vez más,
se ha cumplido que «el que odia su vida en este mundo, la guardará para una
vida eterna» (Jn 12,25). La memoria de san Lorenzo, afortunadamente para
nosotros, quedará perpetuamente como señal de que el seguimiento de Cristo
merece dar la vida, antes que admitir frívolas interpretaciones de su camino.
Para la reflexión personal
a) ¿Es
tu vida expresión de la donación de ti mismo? ¿Eres una semilla de amor que
produce amor? ¿Eres consciente de que para ser semilla de alegría, la alegría
de los trigales, es necesario el momento de la siembra?
b) ¿Crees
poder decir que has elegido seguir al Señor si después no abrazas la cruz con
él?
c) Cuando
en ti se desencadena la lucha entre el “sí” y el “no”, entre el valor y la
duda, entre la fe y la incredulidad, entre el amor y el egoísmo, ¿te sientes
turbado pensando que estas tentaciones no son propias del que sigue a Jesús?
Medita la oración hecha canción.
ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?
Orar,
es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su
Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y
es el momento de decirle algo al Señor.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
Pidámosle a Santa María, nuestra Madre, su ayuda.
Madre
mía: las
fiestas de los mártires nos hacen tener presente el valor tan grande que deben
tener tantos hombres y mujeres, que son capaces de entregar su vida terrena,
unidos a la Cruz de Cristo, con la esperanza de la vida eterna. Tienen mucha fe
y mucho amor.
Estoy
seguro de que cuentan con una gracia de Dios especial en el momento del
martirio, para tener toda la fortaleza que se necesita para ser fieles hasta la
muerte, y así ser testigos. La sangre de los mártires es semilla de nuevos
cristianos.
Te
pido, Madre, tu intercesión, para que yo pueda ser un buen testigo, aunque Dios
no quiera para mí ese martirio de sangre, sino que dé testimonio en mi vida
ordinaria, siendo un “mártir sin morir”, muy fiel, hasta el final de mi vida.
Amén.
+ En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre José Luis Romero Landeros IJS
Referencias:
Espada de dos
filos.
Mi vida en Xto.
La oración
nuestra de cada día.
Jóvenes
católicos.
Ocarm.
Rezandovoy
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