martes, 8 de septiembre de 2020

Cristo vino al mundo.

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Oración inicial

 

Señor, a todos nos gusta celebrar el día de nuestro nacimiento. Mucho más el nacimiento de tu madre que también es madre nuestra. Tú que como Dios no tuviste la experiencia de tener una madre, tanto te gustó que al final nos la dejaste a todos por madre, de modo que nadie en la vida se sintiera huérfano. Gracias, Señor, por el regalo de tu madre. 

 

Del santo Evangelio según san Mateo 1, 18-23.

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.


Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.

Palabra del Señor.

 

Reflexión

 

Hoy, la genealogía de Jesús, el Salvador que tenía que venir y nacer de María, nos muestra cómo la obra de Dios está entretejida en la historia humana, y cómo Dios actúa en el secreto y en el silencio de cada día. Al mismo tiempo, vemos su seriedad en cumplir sus promesas. Incluso Rut y Rahab (cf. Mt 1,5), extranjeras convertidas a la fe en el único Dios (¡y Rahab era una prostituta!), son antepasados del Salvador.

El Espíritu Santo, que había de realizar en María la encarnación del Hijo, penetró, pues, en nuestra historia desde muy lejos, desde muy pronto, y trazó una ruta hasta llegar a María de Nazaret y, a través de Ella, a su hijo Jesús. «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel». ¡Qué espiritualmente delicadas debían ser las entrañas de María, su corazón y su voluntad, hasta el punto de atraer la atención del Padre y convertirla en madre del “Dios-con-los-hombres”!, Él que tenía que llevar la luz y la gracia sobrenaturales para la salvación de todos. Todo, en esta obra, nos lleva a contemplar, admirar y adorar, en la oración, la grandeza, la generosidad y la sencillez de la acción divina, que enaltece y rescatará nuestra estirpe humana implicándose de una manera personal.

Más allá, en el Evangelio de hoy, vemos cómo fue notificado a María que traería a Dios, el Salvador del Pueblo. Y pensemos que esta mujer, virgen y madre de Jesús, tenía que ser a la vez nuestra madre. Esta especial elección de María —«bendita entre todas las mujeres» (Lc 1,42)- hace que nos admiremos de la ternura de Dios en su manera de proceder; porque no nos redimió -por así decirlo- “a distancia”, sino vinculándose personalmente con nuestra familia y nuestra historia. ¿Quién podía imaginar que Dios iba a ser al mismo tiempo tan grande y tan condescendiente, acercándose íntimamente a nosotros?

 

 

Para la reflexión personal

 

La ley nunca es un fin en sí misma, siempre estará al servicio de las personas.

 

a)    Desde este evangelio, ¿qué sentido tiene para un cristiano el cumplimiento de los mandamientos? ¿Cuál es el objetivo último de los mismos?

 

b)   Hay personas que piensan que la observancia de los mandamientos anula la libertad. ¿Estamos de acuerdo? ¿Qué les responderíamos?

 

c)   ¿Qué nos sugiere esta frase como eco de este evangelio: «Cristo no quita nada, lo da todo»?

 

 

Medita la oración hecha canción.

 

https://n9.cl/6iy0

 

ORACIÓN: ¿Qué le digo a Dios?

 

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor.

 

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

 

 

Pidámosle a Santa María su maternal ayuda.

 

Madre mía, Inmaculada: el santo Evangelio no nos cuenta nada sobre el día de tu nacimiento, pero nos podemos imaginar que, además de celebrarlo tus padres y parientes, y los amigos de la familia, habrá sido una gran fiesta en el cielo, y lo celebraba la Trinidad Santísima, junto con todos los ángeles.

Hoy sí queremos celebrarlo todos, y lo hacemos como se celebra un cumpleaños, recordando los acontecimientos más importantes de tu vida. Los que sí nos cuenta el santo Evangelio. Y te agradecemos por ese fiat, por ese sí a Dios, mantenido fielmente desde el anuncio del ángel, hasta el día de tu asunción gloriosa a los cielos.

Yo te imagino muy joven y bella, y un ángel hermoso frente a ti, anunciándote que Dios te había elegido para ser la madre de su Hijo. Y tú dijiste sí, y hubo una explosión de alegría en el cielo, y la naturaleza entera se conmovió.

Y dijiste sí cuando saludaste a una mujer de edad avanzada que estaba embarazada, mientras el niño que llevaba en el vientre saltaba de gozo. La mujer te bendijo entre todas las mujeres, mientras tú la servías.

Y dijiste sí, y el fruto bendito de tu vientre nació en medio de la pobreza, y fue arrullado en los brazos del hombre que lo cuidaba con el amor de un padre, que lo acogía como a su propio hijo, con la Madre, en el seno del matrimonio espiritual que los unía íntimamente en Cristo en una Santa y Sagrada Familia.

Y dijiste sí, ofreciendo a tu Hijo a Dios en el Templo, mientras te era anunciado que una espada de dolor atravesaría tu alma. Y dijiste sí.

Y dijiste sí, dejándolo todo, para ser perseguida y llevada al desierto, para proteger al Hijo.

Y dijiste sí, buscaste y encontraste al Hijo que habías perdido, pero que habías encontrado, porque dijiste sí.

Y dijiste sí mientras dos alas como de paloma bajaban del cielo y el Hijo del hombre salía de entre las aguas.

Y dijiste sí mientras el Hijo convertía el agua en vino, y predicaba la Palabra de Dios, expulsando demonios y haciendo milagros, transfigurando su cuerpo y entregándose, amando hasta el extremo, mientras bendecía el pan y el vino.

Y dijiste sí, aceptando la voluntad de Dios, mientras el Hijo de Dios hacía lo mismo sudando gotas de sangre.

Y dijiste sí mientras su cuerpo desnudo era flagelado, asumiendo la culpa del pecado de los hombres, y en ese sí era escupido, burlado, y coronado de espinas, juzgado injustamente, y condenado a muerte.

Y dijiste sí, y compartiste el dolor y el sufrimiento, acompañándolo mientras Él cargaba su cruz.

Y dijiste sí mientras tu Hijo era clavado en la cruz.

Y dijiste sí, entregando la vida con el Hijo de Dios, acogiendo como Madre a través de un hijo, a todos los hijos que Él te dio.

Y dijiste sí mientras Él entregaba su espíritu, y una espada de dolor atravesaba tu alma.

Y dijiste sí a la vida, y en ese sí esperaste, mientras tu Hijo destruía la muerte con su resurrección, haciendo nuevas todas las cosas.

Y dijiste sí, y en ese sí el Hijo subió al cielo, a sentarse a la derecha de su Padre, con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera.

Y dijiste sí mientras reunías a los amigos de tu Hijo en torno a ti, recibiendo al Espíritu Santo, que descendía como lenguas de fuego, y los fortalecía, construyendo el Reino de los cielos en la tierra, mientras les enseñabas a decir sí.

Y dijiste sí, y fuiste subida al cielo, y coronada de gloria como Reina de los cielos y la tierra.

Y dijiste sí, mientras pisabas la cabeza de la serpiente, porque en el principio Dios dijo “hágase”, y por el Hijo creó todas las cosas, y a los hombres; y si por la desobediencia de un hombre y de una mujer vino la muerte al mundo, por la obediencia del Hijo del hombre y una mujer pura e inmaculada, vino la salvación y la vida del mundo, cuando por amor de Dios tú dijiste sí, y el Hijo renovó su creación haciendo nuevas todas las cosas.

Amén.

 

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

Padre José Luis Romero Landeros IJS

 

 

Referencias:

Espada de dos filos.

Mi vida en Xto.

La oración nuestra de cada día.

Jóvenes católicos.

Ocarm.

Rezandovoy

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